Zenkô-ji y castillo de Matsumoto
La tarde del día que fuimos a Jigokudani Yaen Kôen la dedicamos a visitar el templo Zenkô-ji (善光寺, “templo de la buena luz”), uno de los templos budistas más famosos de Japón. Debido a que llegamos al anochecer el templo ya estaba cerrado y no pudimos verlo por dentro, aunque yo ya estuve aquí hace unos años y pude hacerlo entonces. Se dice que contiene la estatua de Buddha más antigua de Japón, aunque no se muestra al público. La leyenda dice que, en una de las numerosas batallas que tuvieron lugar por estos lares, la estatua acabó en un río cercano, pero fue encontrada por un señor feudal llamado Yoshimitsu Honda, quien la devolvió al templo. Otra de las lecturas de “Yoshimitsu” es “Zenkô”, por lo que el templo adoptó ese nombre en muestra de agradecimiento a Yoshimitsu.
Hondô (本堂), o sala principal del templo.
Tan interesante como el templo son los alrededores de éste, llenos de otros templos menores, así como numerosas tiendas y restaurantes tradicionales, aunque por desgracia a esas horas las tiendas ya estaban cerradas.
Tras la visita nos dirigimos hacia Matsumoto, una ciudad a unos 70 km de Nagano. Esa noche nos alojamos en un hostal que por el precio estaba muy bien, y a la mañana siguiente fuimos a visitar el castillo de Matsumoto. Aunque nosotros íbamos en coche, se puede acceder al castillo fácilmente desde la estación de Matsumoto.
El día amaneció nublado, por lo que las fotos que tomé no son nada del otro mundo. No obstante, el emplazamiento del castillo, en el centro de una llanura rodeada de montañas es bastante bonito.
El castillo de Matsumoto tiene el apodo de “castillo del cuervo” (烏城) debido a su color negro. Está rodeado por un foso con cisnes y carpas y, junto al castillo de Himeji y al de Kumamoto, es uno de los tres castillos más importantes del país. Es Tesoro Nacional.
Al contrario que en otros castillos (como el de Osaka) el interior está relativamente bien conservado, por lo que se puede ver la estructura original. Además, en la segunda planta hay una exposición de armamento de la época.
Aunque desde fuera no se aprecia, tiene una planta extra, destinada a guardar tropas y material adicional en caso de ataque, una planta con la que los atacantes no esperan encontrarse.
El castillo se eleva hasta los 30 metros, por lo que las vistas desde la última planta (que era ocupada por el Shôgun) son bastante buenas (a pesar de que ese día casi no se vieran las montañas a causa de las nubes).
El castillo fue subastado a principios de la era Meiji (1872), cuando se puso fin al sistema feudal. Como en el caso de tantos otros castillos durante esa época, el gobierno decidió que no podría hacer frente al gasto que suponía su mantenimiento y lo puso en venta. Por suerte, ciudadanos locales se hicieron con él, por lo que se ha conservado hasta ahora.
En Matsumoto hay otros lugares de interés además del castillo, como la zona antigua de la ciudad (“Nakamachi”), donde se conservan casas de la época, así como el museo de Ukiyo-e, un tipo de xilografía. Aunque tengo muchas ganas de ver este último, no pudo ser esta vez, pues teníamos que salir hacia las montañas de Kamikôchi, considerado por muchos japoneses el lugar más bonito de Japón.
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