Bangkok (III): Wat Arun y casa de Jim Thompson
De vuelta de Ayutthaya, dedicamos la mañana del siguiente día a recorrer otro de los principales templos de Bangkok, el Wat Arun, o Templo del amanecer, cuyo enorme prang (torre) es una de las estampas más características de la ciudad, especialmente al atardecer (a pesar de llamarse Templo del amanecer). Para llegar a él desde la zona de Khao San fuimos en uno de los barcos que recorren el río Chao Phraya por unos pocos céntimos de euro.
Wat Arun se encuentra justo al lado del río. Tiene el prang principal en el centro rodeado de otros cuatro prang de menos altura. Para acceder a esta torre hay que subir unas escaleras muy empinadas.
Tras recorrer Wat Arun dejamos a un lado los templos y cogimos un autobús (¡no nos cobraron!) que nos llevó a otra de las paradas obligatorias de la ciudad: la casa de Jim Thompson. Muy cerca del centro comercial MBK, se encuentra en una zona muy agradable rodeada de jardines, algo de agradecer en la caótica y contaminada Bangkok.
Jim Thompson fue un arquitecto estadounidense que comerció a mediados del siglo XX con tejidos tailandeses y se hizo construir una original casa siguiendo el estilo tradicional tailandés de la zona. Trajo materiales de seis zonas diferentes desmontando casas tradicionales (como no se usaban clavos era relativamente sencillo) y montándolas en su actual ubicación. La residencia es un pequeño complejo de varias casas en una zona ajardinada. Muchos de los materiales tienen más de dos siglos.
En el interior de las casas principales está prohibido fotografiar, por lo que únicamente tengo fotos de los anexos. Cada rato se hacen guías gratuitas en inglés y otros idiomas por el complejo. En el interior de las estancias hay también numerosos objetos de los siglos XVII y XIX traídos de varios palacios de Bangkok.
Jim Thomson desapareció misteriosamente en 1967 en las montañas de Malasia, y nunca se le encontró.
La entrada cuesta 100 bahts (unos 2,5€), y abre de 9:00 a 17:00h. Una visita sin duda recomendada.
Ayutthaya
Debo reconocer que Ayutthaya no nos pareció tanto como esperábamos. No sé si fue el hecho que la presentan como el Angkor Wat de Tailandia (cuando para nada es comparable a su impresionante vecino camboyano), o que ya venía de Bangkok saturado de templos, o que el día estaba nublado y no acompañaba… yo que sé, pero me esperaba más, bastante más. No es que no valga la pena ir, ni mucho menos. Situada a unos 80 km al norte de la capital, se tarda una hora escasa en tren, y lo mejor es que se puede ir por 35 céntimos de € si se va en clase normal, sin aire acondicionado (nada que no se resuelva bajando la ventanilla).
Aprovechando la espera del tren (estación central de Bangkok).
Una de las cosas que me sorprendieron fue la gran cantidad de gente que vive hacinada en chozas. Lo más curioso es mucha de esta gente tenía parabólica y un Mercedes o BMW en la puerta. Esto de los coches era algo general en Tailandia, digo yo que los deben regalar o algo.
Algunas vistas desde el tren:
Ayutthaya fue la capital del próspero reino de Siam durante más de 400 años. Cuando fue atacada por los ejércitos birmanos la ciudad fue quemada, y lo que se puede visitar hoy día son las ruinas de lo que en un tiempo fue. Tras la derrota la capital de Siam fue trasladada a uno de los 50 distritos de la actual Bangkok.
El hecho de que en su época haya sido una de las ciudades más importantes y prósperas del mundo hace que querer visitar todos los templos de Ayutthaya sea una tarea que puede llevar varios días. Y, la verdad, no creo que valga la pena ver más de los principales templos que salen en las guías. Nosotros decidimos visitar cuatro.
Cabeza de Buddha atrapada en una higuera, en Wat Mahatat, considerado el templo más importante de Ayutthaya. Se dice que es una cabeza de una estatua de Buddha que los birmanos decapitaron y que el árbol atrapó entre sus raíces al crecer.
El templo de Wat Chaiwatthanaram, con su Prang de 35 metros. Un prang es una torre/capitel propia de templos importantes.
En este templo hay bastantes estatuas de Buddha, aunque la mayoría están decapitadas.
El interior del prang que he mencionado antes. Todavía se conservan restos de los frescos que hay dentro.
Ayutthaya se encuentra en la confluencia de tres ríos, lo que a efectos prácticos la convierte en una isla. Tiene en su interior varios canales que facilitaban la comunicación.
Los paseos en elefante son bastante populares aquí, sobre todo entre los visitantes japoneses.
Parte del antiguo palacio real (Wihan Phra Mongkhon Bophit), junto al templo de Wat Phra Sri Sanpeth.
Wat Phra Sri Sanpeth, con sus tres estupas (chedis en tailandés) que se dice que contienen las cenizas de tres importantes reyes, además de reliquias de Buddha.
Después de escribir esta entrada, y viéndolo con perspectiva, me doy cuenta que tampoco estuvo mal la visita. Es lo que pasa cuando uno lleva días viendo templos. Si todavía os quedan ganas de ver templos, podéis ver aquí los que he comentado y alguno más con vistas de 360º.
Bangkok (II): Wat Pho
Tras visitar el Gran Palacio fuimos al templo que hay justo detrás de éste: el Wat Pho o “Templo del Buddha Reclinado”. Es uno de los templos más antiguos y grandes de Bangkok (80 mil metros cuadrados), y en él se encuentra el famoso Buddha Reclinado, una de las estampas más famosas de Tailandia.
En este templo se dice que hay más de mil estatuas de Buddha, y la verdad es que las había por todos lados:
En la zona central del templo se erigen multitud de estupas, y junto a ellas se encuentra el recinto donde está el famoso Buddha gigante. El lugar parece estar hecho a medida de su inquilino ya que, con 46 metros de largo y 15 de alto, éste ocupa la práctica totalidad del edificio, dejando sólo un estrecho pasillo para poderlo rodear caminando. Impresiona bastante al verlo.
El Buddha está hecho de estuco y recubierto de pan de oro.
En las enormes plantas de los pies se han representado 108 escenas que muestran el paso de Buddha al nirvana. Están hechas a base de nácar y perlas, al igual que sus ojos.
El templo era anteriormente el principal centro de medicina tradicional tailandesa, por lo que es un buen lugar para aquel que quiera hacer cursos de masajes o de medicina tailandesa.
Bangkok
“Sir, taxi?”
“Mister, transport?”
Nada más salir del moderno aeropuerto de Suvarnabhumi los cazaturistas vieron en nosotros, un par de farang (como llaman por allí a los occidentales) ataviados con nuestras mochilas, presas fáciles a las cuales esquilmar el poco dinero que lleváramos encima. Hacía escasas siete horas que habíamos subido a un avión en Narita dispuestos a recorrer parte de la península de Malaca empezando por Bangkok y acabando por la isla de Bali. Mucho había oído de Tailandia, algunas cosas de las cuales pude comprobar en los primeros minutos de estancia. La primera, el olor. Yo creía que sería olor a comida, o a sucio, como olía en Hong Kong, pero no, el desagradable olor era olor a contaminación. No sé qué tipo de carburante utilizan en Tailandia, pero Bangkok apesta a diesel mal quemado. La gran cantidad de motos, unida a que los medios de transporte (especialmente los públicos) no tienen los motores en las mejores condiciones, hace que pasear por las calles de Bangkok se convierta en una actividad de riesgo para la salud.
La segunda de las cosas que me habían advertido era el bochorno. ¡Ah, amigo, pero con lo que no contaban es con que vengo de Tokyo! Considerando que en la capital nipona se ha vivido uno de los veranos más bochornosos que se recuerdan, el calor pegajoso de Bangkok era más soportable que el que había venido sufriendo desde junio en Japón, así que eso no fue un gran problema.
La tercera cosa que se dice de Tailandia es que es la tierra de las sonrisas. Y no negaré que la gente sonríe; sonríen incluso ante situaciones tensas. No obstante, esta sonrisa tiene un motivo evidente: el ansia de sacarte el dinero, sea como sea. Lo único a lo que habitualmente no llegan es a robarte de manera directa, pero de ahí para abajo todo medio se convierte en algo lícito. Ya sea cobrándote el quíntuple o más del precio habitual, engañándote de cualquier manera para que utilices el medio de transporte más caro posible, compinchándose todo un barrio para que acabes pasando por el aro y pagues el precio que a ellos les parezca, el farang está para gastar su dinero, y cuando más rápido mejor.
Ante semejante introducción cualquiera podrá pensar que me llevé una imagen desagradable del país. Y nada más lejos de la realidad, pues encontré lo que había ido a buscar y mucho más. Porque me encontré con un país que me ofreció una experiencia cultural que nunca había tenido, un país que me permitió sorprenderme continuamente (para lo bueno y, bueno sí, a veces también para lo malo), un país en el que una vez superado el choque inicial de sentirte una billetera con patas se puede llegar a disfrutar muchísimo. Sabía que allí no iba a encontrar la amabilidad ni la seguridad que tenía en el oasis que representa Japón en Asia (junto a Corea del Sur), pero es que tampoco venía buscando eso.
Como comentaba, nada más salir del aeropuerto buscamos el autobús que por medio euro debía llevarnos al centro de la ciudad. Ahí empezaban las dificultades. Para encontrar un taxi no había que hacer nada, todos los taxistas acudían en tropel a ti nada más verte. Pero si querías ir en autobús, que costaba diez veces menos, ¡ah! ahí ya te buscabas la vida. Y digo te buscabas la vida porque nadie, ni siquiera los que vendían los billetes de otros autobuses, te indicaban a dónde debías ir. Este tipo de confabulaciones las iríamos experimentando durante toda nuestra estancia en Tailandia:
- Perdone, señor conductor, ¿este es el autobús que va a Thanon Khao San?
- No, es el del lado contrario.
-Ah, ¡gracias!
No habíamos llegado a la parada del otro lado que ya toda la gente nos decía (incluidos los chóferes de autobús) que íbamos en sentido contrario. Pero, ¿cómo van a saber si vamos mal cuando ni siquiera saben a dónde vamos? Era fácil ver el engaño, tras un par de rodeos uno se daba cuenta de la inocente mentira y que lo que intentaban era que cogiéramos un taxi, o mejor aún, un tuk tuk. Así que era cuestión de subirse al autobús haciendo caso omiso a lo que nadie dijera.
Para quien no lo sepa, los tuk tuk son una especie de motocarros utilizados en países pobres de Asia, desde Pakistán a Filipinas (además de en algunos países latinoamericanos). La gracia está en que en Tailandia no son muy caros, de hecho son increíblemente baratos, siempre y cuando se acepten las condiciones del transporte. Y éstas son que durante el viaje se harán un par (o más) de paradas en algunas tiendas donde el conductor se lleva una comisión en caso de que el cliente compre algo. Así, un trayecto que debería durar diez minutos puede convertirse en un tour por la joyería del primo del conductor, o la sastrería de trajes a medida de su amigo. No es necesario comprar nada, pero uno ya se ve obligado a aguantar las visitas y la presión por comprar algo. Si uno le dice anticipadamente al tuktukero que no quiere hacer ninguna parada extra el precio se dispara. Evidentemente, esto sólo se le hace a los turistas. Además, está el hecho de que normalmente el tuktukero suele decir que el lugar al que se va justamente está cerrado ese día, pero no hay problema, él conoce un sitio que nos va a encantar (evidentemente, tal sitio es un engaño destinado a sacarse comisión por llevar al farang de turno).
Y es que en Bangkok con coger el barco que va por el río Chao Phraya, los autobuses públicos y el taxi (siempre exigiendo taxímetro, eso sí), uno no tiene por qué gastarse algo más de unos euros al día en transporte. Es más, algunos autobuses son gratuitos si el revisor no está durante el trayecto que uno hace (en Tailandia en cada autobús va el conductor y un revisor o revisora cobrando). La mejor inversión a hacer para aquel que visite Bangkok y no quiera gastarse más de la cuenta es por ello un plano de autobuses.
Una vez alojados en nuestro hotel, en el centro de la zona turística (el Hotel Siam II, que, a falta de conocer otros, recomiendo encarecidamente), pudimos empezar a visitar las zonas colindantes. Aunque la primera tarde vimos la hiperturística zona de Khao San, los demás días visitamos los principales templos, barrios comerciales y puntos destacables de la capital, que paso a comentar brevemente. Para no hacer de esto una pesada explicación de los lugares que vimos, dejaré por hoy unas fotos del primer lugar al que fuimos a la mañana siguiente: el Gran palacio (Grand Palace), donde se encuentra la estatua más venerada de Tailandia: el Buddha Esmeralda.
El famoso (y pequeño) Buddha Esmeralda. Está hecho de una pieza de jade vestida de ropa de oro.
El Chakri Mahaprasad, edificio de estilo renacentista.
Vista del Wat Phra Kaew, el templo que alberga el Buddha Esmeralda, desde afuera. Se trata del templo más importante de Tailandia y es, de hecho, la principal atracción turística de Bangkok.
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