El parque de Mitsuike (三ッ池公園)
Comienza por estas latitudes un nuevo año fiscal, y con él muchas otras cosas: los estudiantes recién graduados empiezan a trabajar por primera vez en su nueva empresa, los escolares estrenan curso y hasta los árboles -que no iban a ser menos- estrenan flores.
Como siempre en estas fechas (aunque este año un poco más tarde ya que el frío se ha alargado más de la cuenta) empieza la temporada de hanami, cuando los cerezos que habían estado dormidos durante meses explotan mostrando sus mejores galas y atrayendo la admiración de la gente.
Esta vez, aprovechando una visita por otros motivos me acerqué a un parque que tenía en mi lista de lugares a ver, el parque Mitsuike, que, como su nombre indica, está formado por varias colinas en torno a tres estanques. 1600 cerezos de 78 tipos son el mayor atractivo de este parque en Kawasaki, a medio camino entre Tokyo y Yokohama.
Aunque todavía queda por lo menos una semana para ver los cerezos en todo su esplendor ya se puede empezar a ver la mezcla de todas las variantes de flores entre el blanco y el rosa.
Dentro del mismo parque hay también una zona con un jardín y una casa coreana.
La manera más fácil de llegar al parque es cogiendo un tren de la línea Keihin-Tôhoku en las estaciones de Ueno, Tokyo o Shinagawa y bajar en Tsurumi, justo después de Kawasaki. Desde la estación de Tsurumi hay que caminar unos 20 o 30 minutos, siguiendo esta dirección.
Jigokudani Yaen Kôen (地獄谷野猿公苑)
Sí, esta entrada va de monos.
Hace un tiempo comenté que, aprovechando que mi hermano había venido a Japón, estuvimos este verano por los Alpes Japoneses junto a un amigo. Empezamos la ruta saliendo de Tokyo y yendo a la prefectura de Nagano, concretamente al Jigokudani yaen kôen (“parque de monos salvajes del valle del infierno”), un famoso parque donde es posible ver varios centenares de macacos japoneses en libertad.
Los monos se han establecido en esta zona debido a que hay varias fuentes de aguas termales donde pueden calentarse durante el gélido invierno de Nagano. Como curiosidad, el macaco japonés es el único primate (aparte del hombre, claro) que vive en zonas de nieve. Aunque en Japón no es raro encontrarse monos salvajes en las zonas rurales, si uno quiere verlos aquí se asegura la jugada.
Nosotros fuimos en verano, por lo que los monos estaban más pendientes de jugar con los visitantes (especialmente los más pequeños) o de pelearse entre ellos que de bañarse.
Aunque el parque queda un poco lejos de las principales rutas turísticas, si se dispone de un día vale la pena combinar esta visita con la de la ciudad de Nagano, capital de la prefectura homónima. Si se dispone de un día más recomiendo visitar Matsumoto, cosa que también hicimos nosotros.
Aunque en nuestro caso fuimos en coche, se puede llegar al parque en transporte público desde Tokyo: primero se coge el shinkansen Asama en Tokyo o Ueno hasta la estación de Nagano (una hora y media), después otro tren local hasta la estación de Yudanaka (45min), y de ahí un autobús o un taxi hasta la entrada del parque. Desde la entrada del parque hasta la zona donde están los monos hay un paseo de unos 20 minutos.
Vale la pena, no sólo por ver a los monos, sino también por el paisaje de montaña que se puede contemplar. Nosotros, tras la visita, nos fuimos a la ciudad de Nagano a pasar la tarde. Otro día hablo de ello.
“The Cove” y la opinión pública japonesa
Hoy 3 de julio se estrena de forma oficial en Japón el controvertido documental “The Cove” (“La Cala”), de momento en cinco salas, número que se irá ampliando durante el verano.
Para quien no conozca de qué va todo esto, os pongo un poco en contexto. “The Cove” es una película-documental filmada en Taiji (太地), el pueblo ballenero por excelencia, al sureste de la prefectura de Wakayama (aquí), considerado uno de los entornos más bellos de la costa occidental de Honshu. En el documental se denuncia la matanza de entre 1.700 y 23.000 delfines (dependiendo de las fuentes) que se lleva a cabo anualmente entre septiembre y abril en esa zona. Así como la caza de ballenas está regulada por la Comisión Ballenera Internacional, la de delfines no, por lo que en este caso Japón no tiene problemas legales para cazar delfines con fines económicos. Una parte de estos se venden vivos a acuarios y delfinarios de todo el mundo, mientras que los delfines que no han sido escogidos se llevan a una cala próxima donde se sacrifican para venderlos como carne y otros subproductos. Esta zona a donde se les lleva para matarlos está fuertemente vigilada, y las autoridades locales prohíben la entrada a cualquier persona ajena al negocio.
Dejando a un lado la matanza (que se relata con todo detalle en el documental), otro tema relacionado con este es el peligro que representa el consumo de carne de grandes cetáceos, debido a las enormes cantidades de metilmercurio (un producto altamente tóxico, causante de la enfermedad de Minamata, que curiosamente también se describió en un pueblo pesquero japonés) que contiene su carne, por la acumulación de este veneno en el organismo de los peces y cetáceos. A los amantes del pescado, un consejo: cuidado con el consumo habitual de atún, un pez depredador en lo alto de la cadena trófica (y, por lo tanto, con niveles muy elevados de mercurio en su carne).
La opinión pública japonesa, al igual que en otros temas, es bastante ignorante a este respecto (el de la pesca y el de la toxicidad de estas carnes). Yo, aun siendo extranjero y habiendo vivido algo más de dos años aquí estoy harto de ver productos hechos a base de ballena y de delfín. Una simple visita al mercado de Tsukiji y saber leer el kanji de ballena (鯨) basta para comprobar que la venta de este cetáceo no responde a fines científicos, sino a puramente comerciales. En cambio, la vasta mayoría de los japoneses con los que he comentado el tema dicen no haber visto jamás a la venta carne de delfín, y en pocas ocasiones la de ballena. Debe ser que al vivir en un país extranjero me fijo más… Cabe decir, no obstante, que tanto la carne de delfín como la de ballena no son productos de consumo habitual; los típicos consumidores son japoneses mayores que lo hacen por herencia cultural.
Aunque el documental iba a ser estrenado hace unas semanas, la presión que han ejercido sectores nacionalistas de ultraderecha (los mismos que desde sus furgonetas negras se plantan en el santuario de Yasukuni y frente a grandes estaciones de tren de la ciudad y gritan lemas nacionalistas) hizo que se suspendiera su exhibición pública. En el siguiente vídeo (en japonés) se les ve frente a un cine en Yokohama alegando que la película es absolutamente anti-japonesa, falsa y auspiciada por Sea Sephard, una organización anti-ballenera que tuvo un incidente hace unos meses con un barco ballenero japonés.
Personalmente creo que la excusa de que cazar cetáceos es una costumbre tradicional japonesa no tiene la más mínima validez legitimatoria. También han sido costumbres tradicionales japonesas el seppuku (harakiri), los kamikaze, o la división poblacional en castas, y bien que se eliminaron dichas costumbres (¿no os suena todo esto a lo mismo que alegan los defensores de la tauromaquia?).
Recomiendo el visionado de “The Cove” a quien todavía no lo haya hecho, a fin de tener una visión de la otra cara de la moneda de la sociedad japonesa. A quien tras verlo se sienta ofendido por la crueldad e insensibilidad de los japoneses le recomiendo un ejercicio de autocrítica con el visionado de “Earthlings” (“Terrícolas”), otro documental que nos pone en evidencia a prácticamente todos (exceptuando a los veganos), y bastante más desgarrador, a mi parecer.
Kurama (Kyoto) y su onsen
El otro día, explicando la excursión que hice a las montañas del norte de Kyoto me quedé en la travesía que hice a través del bosque. Hoy retomo el relato para hablar un poco del pueblo que hay al otro lado del bosque, Kurama (鞍馬).
Como dije, yo empecé yendo al pueblo de Kibune, y de ahí pasé a Kurama, para poder acabar la tarde en el onsen (baño termal) que hay en el pueblo. Hacer la ruta inversa también es perfectamente posible.
La caminata dura unos 40 minutos. Independientemente de por dónde se empiece, en la primera parte hay que ir subiendo hasta la cima del monte Kurama, a 584 metros. Después sólo es cuestión de ir bajando hasta llegar a la zona del pueblo.
El bosque en sí no tiene nada de especial, pero como curiosidad gran parte del camino está lleno de raíces de los árboles que hay a los lados.
Tras unos 35 minutos de travesía se empieza a ver el valle de de Kurama.
El pueblo es famoso, además de por su onsen, por el templo que tiene. Fue en esta zona donde se creó a principios del siglo XX la técnica del reiki.
El templo de Kurama está construido en la ladera del monte, por lo que está lleno de escaleras y cuestas.
Había bastantes cerezos, por lo que supongo que debe ser bonito durante la época de floración, un par de semanas más tarde de cuando yo estuve.
Al llegar al pueblo me dirigí hacia el onsen, caminando por la calle principal hasta el final del pueblo. Tampoco hay mucho más que ver en Kurama, la verdad.
El onsen forma parte de un ryokan (旅館), una posada tradicional japonesa. Los visitantes que no se alojen en él pueden acceder al rotemburo (露天風呂, baños al aire libre, normalmente con vistas a las montañas de la zona) pagando 1.100 yen (más información aquí). Justo en ese momento empezó a llover un poco, por lo que la experiencia de bañarse se hizo más agradable.
Debo decir, sin embargo, que a pesar de la fama que tiene este lugar no creo que la merezca en absoluto. Me gustan mucho los onsen, y he estado en decenas de ellos, y puedo decir tranquilamente que este no es ni mucho menos de los mejores. Al este de Tokyo, por ejemplo, hay onsen bastante mejores que este. Es, sin embargo, una de las opciones más asequibles que hay en la zona de Kyoto.
Aunque por razones de privacidad está prohibido tomar fotos dentro, la gente que estaba bañándose me dijo que no tenían ningún problema en que hiciera fotos. Yo, por si acaso, censuro.
Las zonas de baños para hombres y mujeres normalmente están separadas.
Antes de entrar en un baño termal hay una habitación con taquillas para guardar la ropa. A continuación uno pasa a una zona donde se lava bien antes de meterse en la zona de baños. Las toallas se pueden traer de casa o alquilarlas allí mismo.
Tras el baño, una furgoneta que sale regularmente desde la misma puerta del ryokan nos llevó a la estación de Kurama, aunque también se puede volver caminando perfectamente si no se quiere esperar a que salga la furgoneta. Durante el trayecto, un señor japonés que había estado en el rotemburo conmigo me pidió que le hiciera de traductor para hablar con un chico francés que iba con él. Resulta que el chico lleva varios años visitando Kyoto, aunque no habla absolutamente nada de japonés, y el señor sólo habla japonés, por lo que la manera de comunicarse era bastante divertida y me había servido de entretenimiento mientras me bañaba en el rotemburo.
Delante de la estación de Kurama hay una cara de un tengu (天狗), un tipo de yokai, divinidades del folclore japonés que van desde lo malvado a lo travieso y que incluyen también entre otros a los kappa o a los zorros de nueve colas. Un tipo de tengu son los yamabushi tengu (山伏天狗, “tengu ermitaño de la montaña”), fácilmente reconocibles por su cara totalmente roja y su nariz exageradamente larga. La tradición dice que en las montañas de Kurama habita el rey de los tengu, que instruyó a Minamoto no Yoshitsune en el arte de la espada, historia representada en numerosos medios, como cuadros o representaciones de teatro No.
Esperando el tren a Kyoto en la estación de Kurama.
Para acabar, un vídeo que tomé en el tren de vuelta. Es un poco chapucero, pero servirá para hacerse una idea de cómo es el Japón rural a quien no lo haya visto nunca (se puede ver en alta definición aquí o pulsando el botón “HD” del video).
El lado menos conocido de Tokyo
Aunque no lo parezca, esto también es Tokyo.
Fotografiado este fin de semana en Ome, Tokyo.
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